lunes, 5 de mayo de 2008

etapa 3.EXPANSION INDUSTRIAL Y PREDOMINIO DEL SINDICALISMO REFORMISTA (1920-1943)

1916-22 PRESIDENCIA DE YRIGOYEN
En 1916 Hipólito Yrigoyen asume la presidencia de la Nación y conformó un gabinete equilibrado. Con su llegada al poder se produjo un cambio en la forma de hacer política. El nuevo presidente era un líder popular que utilizaba novedosos métodos de conducción, a partir de la influencia ejercida sobre los nuevos grupos medios y los sectores populares urbanos, quienes hasta aquí habían estado en su mayoría al margen de la participación política.
Su estrategia para influir masivamente sobre estos grupos era la instrumentación de técnicas de patronazgo político, lo que desembocó en la creación de numerosos cargos burocráticos y profesionales. La entrega de puestos se usaba con el objetivo de vincular al gobierno con los comités de la UCR y sus respectivos caudillos e, indirectamente, estimular al electorado. Simultáneamente, se produjo una transformación de los partidos políticos, que se convirtieron en organizaciones de masas de carácter nacional.
La experiencia radical tuvo que enfrentar una oposición compuesta por un amplio espectro de fuerzas políticas (pero que no presentaban un frente unificado): desde el conservadurismo hasta el socialismo, que competía con el gobierno por la representación de los trabajadores e intuía, de la misma manera que el partido Demócrata Progresista, actitudes demagógicas en Irigoyen.
En cuanto a política internacional, el gobierno radical tuvo una postura de neutralidad benévola con respecto a la Primera Guerra Mundial.
El radicalismo y los trabajadores:
La política de Irigoyen debió enfrentar el desfavorable contexto de la guerra y la crisis de la primera posguerra, signado por la inflación, el deterioro del salario real, la desocupación y la consecuente ola de huelgas entre 1917 y 1919. Igualmente su actitud fue distinta a la de los gobiernos conservadores porque aspiraba a arribar a una cierta justicia distributiva e integrar políticamente a los trabajadores en el sistema. Esta concepción marcó un nuevo tipo de relación entre el Estado y la clase obrera.
Por su propia convicción y por la oposición parlamentaria a sancionar proyectos de ley sobre salario mínimo, duración de la jornada laboral y seguro de trabajo, el presidente apeló a su participación personal y al arbitraje para resolver huelgas y otro tipo de enfrentamientos gremiales, aunque los resultados sólo fueron positivos en algunas oportunidades. El gobierno tendió a laudar a favor de los obreros en varias ocasiones y en otras tuvo una actitud dual, reprimiendo a los huelguistas y concediendo a los reclamos.
Más drástica fue aún la actitud gubernamental ante la Semana trágica en 1919 o en los sucesos de la Patagonia en 1921 que finalizaron con una masacre perpetrada por el ejército contra los peones huelguistas. En estos dos casos el gobierno mostró una peligrosa tendencia a la vacilación política ante las presiones de las corporaciones empresariales, los grupos de extrema derecha y el ejército, que amparaban en su interior tendencias antidemocráticas.
Si bien recién comenzado el gobierno radical ya aparecían confrontaciones internas en el radicalismo, hacia 1922 Yrigoyen había logrado controlar la disidencia interna y un partido aparentemente unido llegaba a las elecciones presidenciales de ese año con Marcelo T. de Alvear como candidato.
1922-1928 PRESIDENCIA DE ALVEAR
Alvear ganó las elecciones y su presidencia se caracterizó por un período de paz social debido a la notable recuperación económica. Pero a nivel político su gobierno estuvo signado por el distanciamiento de Yrigoyen y por el fuerte conflicto entre personalistas y antipersonalistas.
Alvear gobernó de manera diferente, se disminuyeron las intervenciones provinciales por decreto y el gasto público se colocó bajo el control del parlamento. La lucha entre yrigoyenistas (personalistas) y alvearistas (antipersonalistas) se tornó encarnizada. Finalmente en 1924 se produjo una ruptura y el alvearismo constituyó la Unión Cívica Radical Antipersonalista.
El gobierno de Alvear igualmente estuvo atravesado por una imagen de buen gobierno, manejo ordenado de las finanzas, respeto por las libertades individuales y cierta preocupación social expresada en varias leyes aprobadas durante su mandato. En 1924 se aprobaron leyes sobre contrato de trabajo de los menores, la prohibición de trabajo nocturno en las panaderías y la fijación de la jubilación de los maestros primarios. Un año más tarde se sancionó una ley que regulaba la forma de pago del salario y en 1929 se estableció la jornada laboral de ocho horas.
1928-1930 SEGUNDA PRESIDENCIA DE YRIGOYEN
El gobierno fue débil y el partido se encontraba en un lucha de facciones por la sucesión de Yrigoyen. El gobierno volvió a apelar a las intervenciones estatales por decreto. En cuanto a la política laboral, no manifestó el dinamismo de la primera presidencia. A esto se sumaba que se empezaban a evidenciar los primeros efectos de la crisis desatada el año anterior: reducción del gasto público, inflación, atraso en el pago de sueldos, aumento del desempleo, lo que contribuyó a deteriorar la base de sustentación de Yrigoyen.
Otro factor de inestabilidad provenía del ejército. En 1927 el general Justo había manifestado su oposición al retorno de Yrigoyen al gobierno y cuando éste subió al poder el ejército comenzó a conspirar contra él y contra la democracia. La tendencia golpista era liderada por José F. Uriburu, un general de tendencia nacionalista y corporativista apoyado por un grupo de intelectuales que se manifestaban como defensores de la jerarquía y el orden.
Otra línea de apoyo al golpe estaba encabezada por militares liberales como Agustín P. Justo que recibían el apoyo de varios partidos (radicales antipersonalistas, socialistas independientes y conservadores). Este sector no impugnaba el sistema democrático sino el personalismo y populismo de Yrigoyen. El cruce de estas dos tendencias y la pérdida de consenso del gobierno legítimo permitieron que en 1930 los militares derrocaran a Yrigoyen.
Mundo del trabajo
En 1922 se inicia un proceso de aumento paulatino del salario real en un arco ascendente que se extendió hasta 1928 y que contribuyó a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.
Esto se reflejó en los movimientos huelguísticos. La conflictividad fue elevada durante el período que se extendió desde 1917 hasta 1921, cuando ya se veía una lenta recuperación. Esos años hubo un alto número de huelgas y una pronunciada combatividad del movimiento obrero. Posteriormente se produjo un reflujo notable de las huelgas debido a la recuperación económica, la capacidad negociadora del gobierno y la menor combatividad de la dirigencia gremial. Los huelguistas se movilizaron en demanda de la reducción de la jornada laboral, aumento de salarios y mejores condiciones de trabajo.
El aumento del empleo hacia el fin de la guerra repercutió favorablemente en el nivel de sindicalización. Cuando comienza este proceso de conflictividad, el anarquismo ya no era la fuerza predominante del movimiento obrero y fracasó de manera completa en su llamado a la huelga general en 1918 ya que había perdido gran parte de su influencia entre los trabajadores.
La ideología predominante en el movimiento obrero era el sindicalismo, una tendencia mucho más moderada que el anarquismo, que incluso abandonaría en 1918 su adhesión a la huelga general como arma de lucha. El sindicalismo había consolidado su presencia desde el Congreso de la FORA de 1915 cuando desplazó al anarquismo del poder central. Al concentrarse en la lucha por las reivindicaciones inmediatas, fue dejando de lado, paulatinamente, los fines revolucionarios que postulaba su ideología original, desembocando en un reformismo que solo se diferenciaba del que practicaban los socialistas, por le hecho de que, en lugar de fundarse sobre una posición doctrinaria, emergía de consideraciones puramente pragmáticas. La ideología del "sindicalismo puro", menos definida y más flexible que la de las tendencias rivales, permitiría a sus dirigentes moverse con mayor holgadura en un medio saturado de discusiones doctrinarias y de actitudes sectarias, aspirando a encontrar formas mas prácticas y eficaces de organización y de lucha.
El crecimiento del FORA sindicalista fue notable durante el primer gobierno de Yrigoyen, con quien mantenía una fluida relación. Pero en 1921 comenzó un proceso de rápida decadencia en una década caracterizada por el descenso de las confrontaciones abiertas entre obreros y empresarios. En 1922, nace la Unión Sindical Argentina (U.S.A.), con predominio de los sindicalistas "puros" y con participación socialista y comunista. Por su parte, la F.O.R.A. anarquista prosiguió sus actividades, quedando como la única F.O.R.A. De la acción de varios sindicatos descontentos con la política llevada a cabo por las centrales sindicales existentes, surgió, en 1926, una nueva entidad: la Confederación Obrera Argentina (C.O.A.), producto de una nueva alianza entre el sector del sindicalismo "puro" y socialistas. La C.O.A. agrupaba a Sindicatos como la Unión Ferroviaria y la Federación de Empleados de Comercio y tenía un modelo de sindicalismo fuerte, verticalista y negociador.
Si bien las huelgas y los enfrentamientos no desaparecieron, en el transcurso de la presidencia de Alvear la conflictividad decayó de manera importante. Un hecho simbólico notable fue la instauración del primero de mayo como feriado nacional. Varios factores incidieron en la moderación del conflicto: el destacable período de crecimiento de la economía que repercutió favorablemente en la elevación de la calidad de vida, especialmente a partir de la generalización del descanso dominical y la orientación del tiempo libre hacia espectáculos populares. También era importante la sociabilidad barrial, reflejo de las transformaciones sociales urbanas producidas durante esos años. El desplazamiento del hábitat popular del centro a los barrios generó el desarrollo de otras formas asociativas de movilización no clasistas como las realizadas por sociedades vecinales o las bibliotecas populares, donde se cruzaban actividades de tipo fomentista, político o cultural que determinaron una reorientación de las manifestaciones más conflictiva existentes en la sociedad.
Otros factores que contribuyeron a aminorar el conflicto social se relacionan con la decadencia del clima revolucionario europeo, ahora involucrado en un proceso de derechización a partir del ascenso del fascismo; así como también el rol conciliador y poco proclive al enfrentamiento de la conducción sindicalista del movimiento obrero.
Al finalizar la década, el movimiento obrero organizado estaba profundamente atomizado: existían tres centrales obreras, La COA, la FORA y la Unión Sindical Argentina, y todas ellas eran débiles. Además, también se había conformado un nucleamiento del Partido Comunista ( el Comité de la Unidad Sindical Clasista) y una variada gama de gremios independientes no respondía a ninguna de las centrales.
Economía de los Años 20
En este perìodo ya no había posibilidad de desarrollarse dedicando la mayoría de los recursos al sector agropecuario. Peor la producción primaria siguió siendo la actividad clave de la economía argentina. Hubo una demora en la transformación a una economía más industrial lo que lleva implícita una crítica a la política económica de entonces (por qué el gobierno no protegió a las actividades que resultaban más promisorias.
Ausencia de políticas de industrialización
La Argentina era un país donde las posibilidades de inversión y crecimiento industrial eran muy amplias. Las preocupaciones de los que criticaban el statu quo se concentraban sobre todo en el efecto de una determinada estructura de producción sobre el comportamiento futuro de la economía.
Una política económica que impulsara la industrialización implicaba también un realineamiento internacional. Significaba depender menos de las importaciones y exportaciones a Inglaterra y con ellos se estimularía la inversión directa de capitales extranjeros(sobre todo norteamericanos) en los sectores industriales emergentes. Entonces abogar por el desarrollo de la industria era favorecer un acercamiento al más poderoso, a la nación líder EEUU.
1930-32. BREVE GOBIERNO DE URIBURU
El golpe que lo llevó al poder fue una conspiración cívico-militar que contó con la actitud pasiva de la población y la campaña activa de los diarios. A pesar de este amplio consenso, el gobierno era débil pues el presidente de facto representaba la tendencia minoritaria de la conspiración que lo había llevado al poder.
Tanto Uriburu como el sector nacionalista que lo apoyaba, eran antiyrogoyenistas y antidemocráticos. Pretendían instaurar una sociedad jerárquica e imponer un gobierno de tipo corporativo orientado desde el Estado. Para ello fue necesario derogar la ley Sáenz Peña e instituir un sistema de voto calificado. Su discurso ponía énfasis en el combate al comunismo, al liberalismo y a la colectividad judía. El gobierno de Uriburu dinamizó la Sección Especial de la policía que persiguió a los activistas anarquistas y comunistas y aplicó la vieja Ley de Residencia con militantes extranjeros.
A los pocos meses comenzó la reorganización de la oposición con el radicalismo a la cabeza dirigido por Alvear y los partidos políticos y los diarios pronto se manifestaron a favor de las instituciones democráticas y de la Constitución Nacional. Uriburur no encontraba rumbo para un gobierno que se quedaba sin apoyos y llamó a elecciones.
Los grupos conservadores se unieron en el Partido Demócrata Nacional y junto con el socialismo independiente y el radicalismo antipersonalista conformaron la Concordancia, coalición que controlaría la vida política del país hasta 1943 y que (fraude de por medio) ganó la elección con su candidato Agustín P. Justo.
1932-1938. PRESIDENCIA DE JUSTO
El contaba con el apoyo permanente del ejército, que se convirtió en un actor político central durante varias décadas. Justo armó su gabinete reflejando la coalición que lo llevó al poder. Sus apoyos eran la prensa, el ejército, los grandes exportadores y los partidos de la Concordancia.
Al margen del funcionamiento institucional el gobierno de Justo limitó la democracia restringiendo la actividad de izquierda con una ley de represión al comunismo y con la represión política a cargo de la Sección Especial de la Policía Federal. Pero su gran problema se vinculaba a la corrupción reinante en algunos estamentos del poder y esencialmente, al fraude aplicado sistemáticamente durante su gobierno. Su exponente más representativo fue el líder conservador de la pcia de Buenos Aires, Manuel Fresco, que utilizó su poder de la policía para imponer a sus candidatos, justificando esta acción ilegítima denominándola “fraude patriótico”.
A partir de 1935, con el retorno de los radicales a los comicios, el fraude se profundizó y comenzó a conformarse un fuerte clima de oposición. La movilización sindical de 1935 a 1937, especialmente la larga huelga de la construcción, contribuyó a incrementar ese clima de malestar social, entre otras cosas porque el Partido Comunista abandonaba la táctica de “lucha de clase contra clase” por la cual todos los grupos burgueses eran enemigos y, se adhirió a la idea de conformar un Frente Popular con las fuerzas antifascistas para reforzar y consolidar la democracia.
El bloque de diputados radicales, juntamente con el socialismo y los demócratas progresistas, comienza a llamarse Frente Popular y goza del apoyo extraparlamentario de lo comunistas, de la Federación Universitaria y la Confederación General del Trabajo. En 1935 se conformaba la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina que proclamaba por una nación libre y llamaba a luchar por la soberanía popular y nacional, inaugurando una acción que confluiría luego con el peronismo.
1938-40. PRESIDENCIA DE ORTIZ
Su presidencia fue una mera continuación de su antecesor. Su mandato estuvo signado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 en la que mantuvo la neutralidad argentina a pesar de su simpatía por Gran Bretaña.
Ortiz intentó limpiar la imagen de corrupción y de fraude. Se manifestó a favor de la restauración plena de la democracia con comicios libres y limpios. Pero su impulso democratizador finalizó pronto ya que una enfermedad lo obligó a renunciar y depositar el poder en su vice, Castillo.
1940-43. LA PRESIDENCIA DE CASTILLO
Castillo pronto reistaló las prácticas electorales fraudulentas y las intervenciones provinciales para facilitar el acceso de los candidatos conservadores al poder y trabar el avance de los radicales. Además, se profundizó la represión hacia los opositores, se instaló el estado de sitio que impedía la propaganda política de los partidos.
Su postura neutralista frente a la guerra, reforzada con la reactivación de la flota mercante nacional y la nacionalización del puerto de Rosario, le brindó el apoyo de los sectores nacionalistas sumado al de los conservadores. La división política e ideológica que atravesaba la sociedad argentina se profundizó y el arco de la oposición conformó un difuso e inorgánico frente popular anifascista formado por los partidos políticos (UCR, PDP, PS y PC ) y la Federación Universitaria.
Ante la muerte de Alvear en 1942 y la de Justo en 1943, castillo comenzó a maniobrar para poner a su sucesor como candidato del conservadurismo, Robustiano Patrón Costas. En una coyuntura de debilidad creciente del sistema político y signado por la pérdida de consenso ante la ciudadanía ante un sistema electoral fraudulento y la corrupción reinante, el ejército pudo truncar las elecciones con el golpe de Junio de 1943.
ECONOMIA
La crisis de 1929 afectó relativamente rápido a nuestro país, los primeros síntomas de la depresión ya se sentían en 1930. La admisitración radical entraba en cesación de pagos como consecuencia del desajuste entre recursos y gastos del Estado, descendía el comercio mundial y se producía un deterioro en los términos del intercambio como consecuencia de la caída de los precios de los productos agropecuarios exportables en relación con los productos importados.
Uno de los problemas radicaba en que en la etapa de depresión el movimiento internacional de capitales se redujo de manera drástica lo que desembocó en la quiebra del sistema multilateral y la adopción, por parte de las naciones industrializadas, de políticas dirigistas y proteccionistas con un rol fundamental por parte del Estado en el diseño de las nuevas estrategias. Esto significó el reemplazo del multilateralismo por el bilateralismo, el abandono del patrón oro, la devaluación de las monedas y los consecuentes controles cambiarios, el establecimiento de cuotas de importación y las múltiples trabas a las exportaciones de los países periféricos a Europa y Estados Unidos.
Esto repercutió desfavorablemente en la economía argentina al cesar la llegada de capitales y por la decisión gubernamental de seguir pagando el servicio de la deuda externa en un contexto de déficit estatal. Esto derivó en un profundo desequilibrio presupuestario que afectó gravemente a todos los sectores de la economía. La producción decayó, descendieron los precios de exportación, las importaciones bajaron y aumentó la desocupación.
Tanto en el gobierno de Yrigoyen como el de Uriburu y Justo, se tomaron medidas ortodoxas sin lograr grandes resultados para superar la depresión económica. Recién en 1933, con Federico Pinedo en economía, se adoptaron una serie de medidas que implicaban la participación directa del Estado en la resolución de la crisis. Se tomaban los lineaminetos económicos de John Maynard Keynes partidario de una economía dirigida en donde el Estado debía desarrollar un papel central en la regulación y la búsqueda de equilibrio entre la oferta y la demanda. En este esquema, la plena ocupación y la generación de empleo desde el Estado eran una tarea básica.
Se adoptaron dos tipos de medidas. Las financieras, con el objeto de estabilizar la moneda. Se estableció el control de cambios a partir de la regulación estatal de la compra y venta de divisas. Hacia fines de 1933 el gobierno determinó la creación de mercados cambiarios paralelos: en uno, el Estado asumía el control de las divisas derivadas de las exportaciones agropecuarias tradicionales; en otro, se generaba un mercado libre como consecuencia de las exportaciones no tradicionales y los préstamos bancarios. Como consecuencia de la devaluación mínima y la amplia diferencia de precios de compra y venta de divisas del mercado cambiario controlado por el Esatdo, los gobiernos de Justo y Ortiz reunieron entre 1934 y 1940 una importante masa de divisas. Capitales que fueron destinados a resolver los problemas derivados de la deuda externa y a mantener el sistema de precios de los productores rurales a través de distintas juntas reguladoras.
Con la finalidad de controlar las fluctuaciones monetarias en 1934 se creó el Banco Central de la República. Se produjo también un importante cambio en materia fiscal con el establecimiento en 1931 del impuesto a las ganancias. Con la creación de la Dirección General impositiva se perfeccionó en sistema fiscal y este tipo de ingresos reemplazó a los tradicionales derechos de aduana. A partir de allí la recaudación fiscal se convirtió en la principal fuente de ingresos del Estado. A principios de 1934 el Estado había saneado el presupuesto nacional.
Por otro lado, las medidas de regulación económica tendieron a controlar la producción y equilibrar la oferta y la demanda. Con ese fin se creó una serie de juntas reguladoras, dirigidas a controlar el flujo de exportaciones y el abastecimiento interno. En términos generales estas juntas tendieron a favorecer a los grandes productores vinculados con la exportación.
Una de las salidas al desempleo la brindaba la ocupación en obras públicas. La creación de la Dirección Nacional de Vialidad respondía en buena medida a esa necesidad.
El principal problema de la Argentina ante la crisis radicaba en la debilidad de la tradiconal estructura agroexportadora ante la tendencia proteccionista de los países desarrollados y la emergencia de relaciones comerciales de tipo bilateral. Nuestro país mantenía fuertes lazos comerciales con EEUU y Gran Bretaña, pero como consecuencia de las políticas de resolución de la crisis se privilegió la relación bilateral con la última, debido más que a una elección, a una necesidad.
En 1933 se firmó el pacto Roca-Runciman. A cambio de que se mantuviera el statu quo en el mercado inglés de la carne, la Argentina concedía las rebajas arancelarias requeridas por Inglaterra y garantizaba que, cualquiera fuera la forma que asumiera el control de cambios en la Argentina, era segura la prioridad inglesa para todas las libras obtenidas de la venta de productos argentinos en Gran Bretaña. Había, además, promesas mutuas de “trato benévolo” a los productos del otro país.
Este pacto se ganó la oposición de una buena parte de la opinión pública del país, sobre todo en los sectores más nacionalistas por considerarse una grosera alianza entre el capital inglés y los sectores agropecuarios.
Pero gremios como La Fraternidad y la Unión Tranviaria esperaban que las buenas relaciones con Inglaterra se tradujeran en un respaldo gubernamental a trenes y tranvías en su puja con el transporte automotor.
LA INDUSTRIA
Como consecuencia de la crisis de 1929 se produjo en Argentina un proceso de crecimiento de la industria. Las razones tienen que ver con el ensanchamiento del mercado de consumidores, la existencia de suficiente mano de obra, y por otro lado, con los efectos de la crisis que había cerrado la economía de tal manera que se tornó necesario encarar un proceso de sustitución de importaciones. La caída de las exportaciones argentinas disminuyó las divisas disponibles para importar, lo que se agravó por la devaluación del peso. Además, el gobierno comenzó a regular la importación mediante la elevación de tarifas aduaneras para adaptarla al consumo local. Como consecuencia se reemplazaron una importante cantidad de productos importados por manufacturas locales. Pero no hay que exagerar los alcances de este proceso industrializador ya que fue limitado en varios aspectos, por el escaso interés del Estado y por la falta de capitales nacionales interesados en invertir en la industria. Por otra parte, la industrialización se limitó centralmente al desarrollo de los textiles y las industrias alimenticias, y en menor medida, a productos químicos y metálicos. Por lo tanto, las formas que adquiría el proceso industrialista: coyuntural, sustitutivo, con incorporación importante de capital extranjero, estaba fijando, desde el inicio, los límites de su posterior desenvolvimiento.
El proceso de industrialización se concentró esencialmente en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, sólo el 13 % de la industria nacional se hallaba desplegada por el resto del país. A pesar de los desequilibrios regionales, la industria argentina creció, aunque con altibajos, a partir de 1935. Estos cambios en relación con la industria y el agro no impidieron que en 1943 la economía argentina aún dependiera en gran medida del agro y de las exportaciones de sus productos. El gran cambio radicaba en la gran cantidad de industrias autosuficientes al entrar en la década del 40.
Dentro de este proceso de industrialización la inversión de capitales extranjeros en los años 30 fue importante, no tanto por el monto sino por la modernidad de sus empresas, y si bien los norteamericanos conservaron la delantera, el rasgo saliente fue el sustancial avance de la radicación de capitales europeos destinados al rubro industrial.
Este procedimiento permitía a esos capitales, especialmente a los norteamericanos, no perder su influencia en el mercado interno argentino, jugando, además un papel orientador en la producción industrial de acuerdo con sus intereses. En 1935, las empresas extranjeras representaban el 50% de la producción del país, el resto correspondía a una multitud de pequeñas y medianas empresas de capital nacional. Pese a que aún proliferaban pequeños talleres, el avance de la gran industria era también considerable.
SOCIEDAD
Se produjo una detención de las corrientes inmigratorias ultramarinas como causa de la crisis mundial y este flujo fue reemplazado por las migraciones internas. La aceleración del proceso de industrialización requería mano de obra y se nutrió de miles de migrantes que se trasladaban desde el interior del país hacia los centros urbanos , especialmente a Buenos Aires, y en menor medida a Rosario, Córdoba y Santa Fe. La afluencia de cantidad tan grande de población de origen rural o de pueblos chicos y la incorporación de su mayor parte a la industria, implicaba una profunda transformación de la clase obrera. Sin tradición sindical, la mayoría quedó al margen de las organizaciones obreras que, en general, se mostraron incapaces de atraerlas. Recién después de 1946, comenzaron a ingresar, masivamente, en los sindicatos.
Agotada la capacidad de crecimiento poblacional del centro y sus alrededores, Buenos Aires creció y se expandió hacia la periferia. El ámbito del barrio se convirtió en un factor de arraigo y adhesión para los vecinos.
EL MUNDO DEL TRABAJO
La clase obrera aumentó por el desarrollo industrial y como consecuencia de las migraciones internas en 1947 sólo el 25% de los trabajadores industriales era extranjero. Las condiciones de vida de los obreros no se modificaron sustancialmente y una vez terminados los efectos de la crisis, el nivel de desocupación alcanzó sus índices más bajos. El costo de vida se mantuvo estable hasta 1935 y a partir de allí creció más rápidamente que el salario nominal, afectando levemente el salario real. Además, se generalizaba la jornada de ocho horas de trabajo gracias a la paulatina imposición del "sábado inglés", de un promedio de 48 horas semanales, al principio, o uno de 44 al final. En 1935, los obreros se repartían aproximadamente por mitades entre ambos tipos de jornadas y eran muy pocos los gremios que gozaban de vacaciones pagas. Aunque la práctica de los convenios colectivos se fue extendiendo lentamente durante la segunda mitad de la década, la mayoría de los trabajadores no llegó a gozar de sus beneficios. La falta de convenios dejaba un amplio margen para la arbitrariedad de los patrones, ya que, eran ellos quienes fijaban, unilateralmente, en la mayoría de los casos, las condiciones laborales. Con respecto a la protección y seguridad del trabajador, sólo unos pocos gremios, como los ferroviarios y municipales, contaban con Cajas de Jubilaciones y Pensiones; las indemnizaciones por accidentes de trabajo eran insuficientes y su cobro dificultoso.
A partir de 1935 el Estado manifestó preocupación en materia de regulación social y se adoptaron mecanismos de negociación colectiva que preanunciaban su extensión durante el gobierno peronista. Pero la falta de generalización de una política laboral y las resistencias patronales terminaron por minimizar la eficacia de los mecanismos de negociación y por poner serios obstáculos a la integración social de buena parte de los obreros industriales. El estancamiento del salario real, las deficiencias de las condiciones de trabajo y el problema habitacional contribuían a generar un clima de descontento social potencialmente conflictivo.
La organización de los trabajadores fue relativamente débil durante la primera mitad de la década del treinta. En septiembre de 1930 se constituyó la Confederación General del Trabajo (CGT) como resultado de la confluencia de la Unión Sindical Argentina y la Confederación Obrera Argentina, la primera de tendencia sindicalista y la segunda socialista. La CGT sustentaba su representatividad en los gremios ferroviarios, tranviarios, municipales y empleados de comercio, quedando fuera los sectores industriales de reciente desarrollo. Se manifestó prescindente políticamente, su actuación fue opaca y su dirigencia sindical se alejaba del perfil combativo predominante durante las primeras décadas del siglo. Su actuación se limitó a intentar una mayor participación en las esferas estatales de decisión de políticas laborales y mantener tácticas de lucha defensivas. No obstante, varios gremios fueron reconocidos jurídicamente.
Por otra parte, si bien la restauración oligárquica abrigaba pocas simpatías por las reivindicaciones obreras, se mostraba cada vez más inclinada a intervenir en los conflictos laborales y a controlar el movimiento sindical. La inclinación a buscar apoyo en el poder político para lograr concretar las reivindicaciones gremiales, que se había iniciado durante los gobiernos radicales, no dejó de acentuarse durante esta época, pero, acompañada por una creciente burocratización de las organizaciones sindicales. Apareció una capa de dirigentes para quienes la vinculación con los factores de poder no era sólo un medio para obtener mejoras en sus representados, sino también para conservar su propia posición. El enfrentamiento violento y frontal de los trabajadores del Estado, pasó a ser cosa del pasado, la intervención de éste en el campo social, no sólo fue universalmente aceptada, sino también insistentemente reclamada.
En diciembre de 1935, se produjo una nueva escisión en el movimiento sindical, que llevó a la fractura de la C.G.T.. La Unión Ferroviaria, sindicato de orientación socialista y de importante influencia dentro de la C.G.T. por el peso numérico de sus afiliados, se enfrentó a la Junta Ejecutiva de la C.G.T., quedando concentrada una nueva división sindical que esta vez asumió características geográficas. El núcleo, que había realizado un verdadero "golpe" desconociendo a las autoridades dela junta ejecutiva de la C.G.T. se distinguió como C.G.T. calle Independencia; el otro sector, de orientación sindicalista pura, se organizó como C.G.T. de la calle Catamarca, retomando, en 1937, el nombre de Unión Sindical Argentina (U.S.A.)
La mayoría del movimiento obrero se agrupó en la C.G.T. Independencia, convertida luego en la única C.G.T., orientada por los socialistas que recibieron el apoyo de los comunistas, quienes pasaron también a integrar la entidad. Estos últimos, ante el avance del nazismo en Alemania y la consolidación del fascismo en Italia, se planteaban un cambio táctico en su accionar: "el frente popular". La teoría frentista establecía la necesidad de trabajar unidas con otros sectores políticos y gremiales contra las fuerzas nazi-fascistas.
Por su parte, el sindicalismo "puro", marginado del escenario que tanto tiempo había dominado, no volvería a jugar un papel relevante como tendencia. Sin embargo, dejaba su herencia: sus constantes esfuerzos por mantener la independencia del movimiento sindical frente a los partidos políticos, que se había transformado de hecho, en abierta hostilidad hacia socialistas y comunistas, había contribuido a que la inserción de éstos en el movimiento sólo se logrará en forma tardía y superficial, y ello fue uno de los factores que facilitaría la tarea del peronismo.
Finalmente, la C.G.T. que había comenzado un lento proceso de fortalecimiento, no pudo evitar un nuevo enfrentamiento que llevó a otra división. El conflicto surgió en las propias filas socialistas que se dividieron en marzo de 1943 en dos bandos: uno encabezado por el Secretario General de la C.G.T., la C.G.T. N° 1 y otro liderado por Francisco Pérez Leirós, con el apoyo comunista, la C.G.T. N° 2 .
La Principal diferencia radicaba en que los integrantes de la C.G.T. N° 2 aspiraban a que la Central tuviera una participación mas activa en las cuestiones de política nacional e internacional, en forma coordinada con los partidos políticos, mientras que la C.G.T. N° 1 sostenía una actitud "neo-sindicalista" de presidencia política, limitación a las reivindicaciones específicamente gremiales y buena relación con el gobierno, cualquiera que éste fuera.
La revolución militar de 1943 encontrará al movimiento sindical escindido en dos centrales principales (C.G.T. N° 1 y 2), la U.S.A. y grupos de gremios autónomos de varias fuerzas.

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